En el corazón del desierto de Atacama, uno de los lugares más oscuros e inmaculados de la Tierra, cada noche se revela un espectáculo celeste extraordinario: la luz zodiacal. Esta misteriosa columna de luz, que se extiende hacia el cielo desde el horizonte, aparece majestuosa y fascinante, envuelta en un halo de leyenda. Es un fenómeno raro, difícilmente visible porque la contaminación lumínica de las ciudades oculta las maravillas más delicadas del firmamento.
El interés científico por la luz zodiacal se remonta al siglo XVII, cuando el astrónomo Giovanni Domenico Cassini intentó comprender su naturaleza. En su libro Spina Celeste Meteora, Cassini representó el fenómeno en cuatro ilustraciones, describiéndolo como una cola de cometa cuya cabeza era invisible, oculta bajo el horizonte. Su explicación, aunque fascinante, estaba aún lejos de la realidad.
Hoy sabemos que la luz zodiacal es el resultado de la reflexión de la luz solar sobre diminutas partículas de polvo esparcidas a lo largo del plano del Sistema Solar. Estas partículas, extremadamente dispersas, crean un tenue resplandor que se extiende como un puente luminoso en el cielo nocturno, siguiendo la trayectoria de la eclíptica, el recorrido aparente del Sol y los planetas.
Pero, ¿de dónde viene este polvo? Es una pregunta a la que los científicos todavía están tratando de responder. Durante mucho tiempo se creyó que los principales responsables eran los cometas y los asteroides. Los cometas, al viajar hacia el Sol, liberan polvo cuando sus hielos subliman, mientras que los asteroides, después de colisiones, esparcen fragmentos a lo largo de sus órbitas.
Sin embargo, estudios recientes sugieren que podría haber una contribución inesperada por parte de Marte. El planeta rojo, conocido por sus tormentas de polvo, podría esparcir finísimos granos en el espacio interplanetario, añadiendo un componente marciano al polvo del Sistema Solar interior.
La luz zodiacal es un espectáculo único, una prueba de la naturaleza dinámica de nuestro Sistema Solar. Para observarla, sin embargo, son indispensables cielos oscuros y libres de contaminación lumínica. El desierto de Atacama, con su cielo claro, ofrece una visión inigualable de este resplandor cósmico.